Carta Pastoral 2025-2026: “Nacer de Nuevo”

Saludo

Queridos diocesanos y los que pasáis en algún momento por estas páginas, que la paz de Cristo habite en nuestros corazones.

Os presento esta carta pastoral con el deseo de que pueda contribuir a considerar nuestra relación con Dios, que no deja de buscarnos, para que nos dejemos encontrar por Él y podamos experimentar el estilo de vida que nos hace verdaderamente humanos, testigos de su amor. Que sea un estímulo para nuestras comunidades cristianas, llamadas a ser reflejo de lo que la Iglesia quiere vivir y el mundo necesita, y nos anime a todos, allí donde nos encontremos, a anunciarlo a los demás.

Es una ocasión, igualmente, para dar a conocer los proyectos de la Diócesis y el Plan Diocesano de Pastoral que pretendemos desarrollar a lo largo del curso, como es habitual, con la colaboración de todos. Vaya por delante el agradecimiento a los que os involucráis en las propuestas diocesanas y en aquellas otras realidades al servicio del Evangelio.

Año Jubilar

Nuestro querido Papa Francisco, q.e.p.d., convocó el Año Jubilar en el que nos encontramos con la certeza de que la esperanza no defrauda (Spes non confundit, Rom 5,5) expresión de fe del apóstol S. Pablo, que daba el título a la bula pontificia con la que comenzaba el Jubileo.

Retomando una tradición que arranca en el Antiguo Testamento se ha querido en este año 2025 volver a tomar conciencia de cómo estamos viviendo la relación con Dios, el trato con el prójimo, con nosotros mismos, con lo que se posee y con el resto de la creación, lo que contribuye, si la relación es auténtica, a que el ser humano pueda crecer integralmente en su paso por este mundo. Así lo anunciaba el libro del Levítico: declararéis santo el año cincuenta y promulgaréis por el país liberación para todos sus habitantes. Será para vosotros un jubileo: cada uno recobrará su propiedad y retornará a su familia (Lev 25,10). Son evocadoras estas palabras, que hablan de la posibilidad de volver a empezar (SNC 10), a restituir lo que el tiempo y las decisiones, muchas veces equivocadas, han provocado en los vínculos que nos construyen, como hemos señalado antes, nuestro trato con Dios, con los demás, con uno mismo y con lo que se encuentra a nuestro alrededor. Un tiempo de gracia que anima a todos a acordarse de los que sufren de cualquier manera, de los necesitados, de los cautivos de tantas situaciones, de los que no conocen o ya no reconocen la buena noticia (cf. Is 61 1-2).

Esta hermosa tradición de la Iglesia desde hace siglos de pararse a contemplar lo que va provocando el paso del tiempo y a actuar en consecuencia para no dejarse llevar por inercias inadecuadas, tiene a la misericordia como hilo conductor de sus acciones. Así lo han anunciado los distintos jubileos que se han proclamado en la Historia, en diferentes lugares, y desde hace tiempo, cada 25 años en la Iglesia universal, resaltando que el amor de Dios hace nuevas todas las cosas.

El próximo mes de diciembre, Dm., al igual que en toda la Iglesia, nuestra Diócesis cerrará este Jubileo con las celebraciones previstas en las tres sedes catedralicias, Calahorra, Santo Domingo de la Calzada y Logroño, los días 27 y 28. Será un buen momento para hacer balance de todo lo vivido.

Plan pastoral diocesano

Estas y otras informaciones las ofreceremos en nuestra tradicional cita de septiembre en el Monasterio de Valvanera, donde llevaremos a la Virgen, como ya viene siendo habitual, el plan pastoral de la Diócesis elaborado para este curso.

Como en ediciones anteriores, nos hemos fijado, por una parte, en la reflexión que ha hecho la Iglesia universal durante estos años sobre la sinodalidad, que culminó en octubre del año pasado con un documento final que trabajaremos a lo largo del curso. Se trata de analizar las sugerencias que allí se indican para ver de qué modo pueden ser integradas en las diócesis, según las características de cada lugar.

Otra de las líneas que hemos incorporado en nuestro plan ha sido la responsabilidad del cristiano a la hora de hacerse presente en la vida pública, con la creatividad y valentía que surgen de la fe, y que debería ser connatural a todo bautizado, haciendo nuestra la propuesta que, desde la Conferencia Episcopal Española, se ofrece a todo el territorio nacional, al igual que el cuidado de la vocación, un don de Dios para todos que cada uno tendrá que descubrir y concretar en su propia vida con todas las implicaciones que tiene.

Nos sigue preocupando la formación del pueblo de Dios, de modo que seguiremos insistiendo en este aspecto con la oferta de diferentes cursos (Patrimonio, Doctrina Social de la Iglesia, y Fundamentos en la Fe) y otras posibilidades formativas que salgan al paso de algunas de las necesidades que podamos encontrar.

Como novedad, incluiremos este año un programa de “Acompañamiento en la vida de fe a Jóvenes”, para ofrecer recursos sólidos a personas implicadas en la pastoral juvenil y en la educación, que quieran acompañar el mundo de los jóvenes, su dimensión espiritual, afectiva, relacional, etc., y para otros jóvenes que quieran entrar en este ámbito tan necesario.

Un lema para el plan pastoral

Junto con estos objetivos, el lema y el cartel escogidos para este curso no son elementos aislados, desconectados de la propuesta pastoral, como si de un adorno se tratara, sino que, al igual que en otras ocasiones, hemos pretendido que sinteticen de alguna manera lo que queremos transmitir y nos ayuden a profundizar en la experiencia de Dios a través de su sugerencia.

Por eso, nos hemos fijado en unas palabras del encuentro de Jesús con Nicodemo (cf. Jn 3 1-22), un famoso fariseo, miembro del Sanedrín, el tribunal que interpretaba la ley de Dios, según el pueblo judío. En un momento de la conversación Jesús le dice a Nicodemo que hay que nacer de nuevo (Jn 3,7), expresión profundísima que hemos señalado como lema del curso, de la que queremos extraer algunas de sus riquezas para iluminar nuestra fe y la de nuestras comunidades cristianas, aplicable al comienzo del año pastoral y a toda nuestra existencia, ya que sabemos por la fe que nuestra vida está orientada a la eternidad, al nacimiento definitivo para el que hemos sido creados.

Nacer de nuevo es la expresión que hemos querido señalar como continuación del Año Jubilar porque muestra el deseo de Dios para todos, una novedad siempre posible, obra de la gracia y no mero empeño que escapa a nuestras posibilidades pero que grita en nuestro interior como una exigencia de nuestro ser más profundo. Dios sale al paso de nuestra limitación ofreciéndonos lo que es posible para Él, e imposible para nosotros (cf. Mc 10, 27).

Como Nicodemo, quizá nos acercamos al Señor con muchas cautelas, las que cada uno presenta según su propia experiencia. De noche (Jn 3, 2) nos dice el texto evangélico que fue el momento elegido por este personaje para entrar en relación con Jesús, lo que supone también un tiempo interno, un estado personal en el que decidir arriesgarse a conversar con el Maestro, quien, por una parte, mantiene una confrontación constante con determinadas costumbres y actitudes de los fariseos, y, por otra, muestra en sus enseñanzas lo que la misma ley de Dios señala, encrucijada que no deja de inquietar a este futuro seguidor del Señor.

¿Cuáles son nuestras reticencias para acercarnos a Dios? Puede que las tengamos más al alcance de la mano, que sean más inmediatas o estén menos visibles a nuestro entender, o que se hayan ido posando con el tiempo, más por dejadez que por una determinación concreta. Quizá no las hemos llegado a verbalizar y se han quedado dentro de nosotros afianzándose con el tiempo; sería bueno sacarlas a luz, contrastarlas con alguien de Iglesia, con la particularidad de la fragilidad de la mediación, pero es el modo en el que Dios se ha querido dar a conocer, por medio de otros, y de forma definitiva, con la misma pedagogía a través de la Encarnación.

Las personas de Iglesia son mediación, es el riesgo que Dios ha querido correr con todos los bautizados, y más con aquellos cuya dedicación es más pública y notoria por motivo de su consagración. Nos damos cuenta de la responsabilidad tan grande que se nos ha concedido, la posibilidad de mostrar de un modo más atractivo y fiel el ser de Dios o la capacidad que también tenemos de obscurecerlo o de hacerlo odioso con nuestro comportamiento. El diálogo entre Jesús y Nicodemo podría ser nuestro diálogo con cualquier persona que se relacionara con nosotros, por una cuestión de fe, o por cualquier otro motivo. Ojalá que el resultado fuera esperanzador para ambos.

Este diálogo lo podemos trasladar a nuestros ambientes de Iglesia para ver si, por una parte, se facilita la experiencia gozosa de encuentro con el Señor que hace mirar la realidad de una forma nueva, y, por otra, si se abren al mundo que nos rodea para mostrar con claridad el mensaje evangélico capaz de entrar en relación con todas las situaciones humanas para iluminarlas con la perspectiva de fe.

Cabe preguntarse si esto está siendo así, qué es lo que verdaderamente está funcionado en nuestras realidades eclesiales y qué soluciones vemos si esto no se estuviera produciendo.

De fondo partimos de una certeza: Jesús, el fundador de la Iglesia (no es, entonces, un proyecto humano) ha querido identificarse para siempre con ella, y, por tanto, es ésta la que permite el acceso seguro a su persona, para que su figura no quede desdibujada por modas o acercamientos parciales que quisieran apropiárselo. A pesar de los desconchones que arrastra la realidad eclesial, no ha dejado de transmitirnos al Jesús de los Evangelios con fidelidad, generación tras generación, con el que hoy también es posible relacionarse, igual que cuando compartió con nosotros su andadura terrenal.

No podemos, por tanto, desilusionarnos en una tarea que conduce a la vida, porque la Vida ya está en medio de nosotros. Como Nicodemo, buscamos su sentido cuando vemos que lo que se nos ofrece es auténtico, que suscita en nosotros unas expectativas que deseamos que se cumplan en nuestra existencia. Necesitamos la determinación del fariseo amigo de Jesús y acudir a él con confianza y desahogar ante él nuestro corazón porque él se interesa por nosotros (cf. 1Pe 5,7).

Las palabras de Jesús nos interrogan y puede que ya las hayamos empezado a responder. Son imaginables, y podríamos dedicarles un tiempo, de forma personal o en grupo, dirigidas a nuestro propio corazón o la realidad eclesial en la que nos podamos encontrar.

En estos momentos, ¿qué significa para mí nacer de nuevo?, ¿cuál es mi deseo más profundo?, ¿qué se ha de quedar atrás porque me dificulta seguir creciendo?, ¿qué tendría que hacer?, ¿qué me impide ser el que considero que debo ser, el que en conciencia se espera que yo sea?  Los interrogantes podrían ser otros y cada cual podrá aplicárselos a su propia realidad personal o eclesial.

Pienso en los que ya hemos tomado una decisión en la vida, en una forma de estar en la Iglesia o en el mundo, de qué modo estas cuestiones nos devuelven al origen de nuestra vocación, seglar o de consagración particular, a aquello que vimos claro en un momento y por lo que apostamos tanto. Nacer implica dejar atrás, una renuncia, y, al mismo tiempo, un acto de confianza, una forma de entender la vida que tiene sus nuevas etapas, y, por tanto, sus nuevos nacimientos, en los que se vuelve a repetir la doble maniobra del dejar y del seguir, la elección que siempre nos acompaña a los que hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios, en los que la libertad siempre está cuestionada, aunque para el creyente, iluminada por la fe, y animada por la esperanza que no defrauda, volviendo a emplear la afirmación de S. Pablo.

Ante una posible vida acomodada, ajustada a la costumbre, sin un deseo por llegar a más gente, o de provocar una mayor ilusión en la vida de la fe, hemos de volvernos al Señor, y suplicar nacer de nuevo, para que sea su vida en nosotros la que nos haga vibrar con la pasión evangelizadora que nace de aquel tesoro escondido que se nos concedió descubrir.

Y afortunados los que siguen animados en la tarea emprendida, los que no se dejan amilanar por las dificultades del entorno, los que se siguen implicando en la obra siempre inacabada de la transformación personal y social, los que hermosean el entorno con su testimonio humano y cristiano, los que contagian vida porque están llenos de ella.

Pienso igualmente en los jóvenes que necesitan decidir su futuro, que andan sorteando las  distintas propuestas vitales que se les ofrecen, que tratan de aclarar su camino, de encontrar el filón del éxito en su vida, que entiendan lo que significa también para ellos nacer de nuevo, que no está precisamente en la mera diversión, ni en los planes que instrumentalizan a los demás, ni en los contentos pasajeros, sino en el descubrimiento de metas que ensanchan el corazón, en el descubrimiento de su propia vocación (familiar, sacerdotal, vida consagrada, compromiso laical,…), en la posibilidad de experimentar un gran amor capaz de unificar sus vidas y llenarlas de sentido, orientarlas a dar lo mejor de sí por causas que humanizan el mundo.

Se lo ha dicho el Papa León XIV en el reciente Jubileo de los jóvenes, en sus distintas intervenciones: construir relaciones humanas auténticas, saber que la amistad es camino de la paz; buscar la verdad con pasión; dar la vida por los demás; tener la valentía de tomar decisiones según Dios; comprometerse con la justicia y la suerte de los pobres; etc.  En la homilía de clausura del Jubileo lo recogía todo con una expresión: “aspiren a cosas grandes, a la santidad allí donde estén. No se conformen con menos”.

El comportamiento de los jóvenes en Roma, su forma de estar en las celebraciones y el respeto en la ciudad han sido un ejemplo de puesta en práctica de la fraternidad que hace posible el evangelio y a todos nos llena de esperanza.

Es una gran lección de Iglesia universal que muestra la tarea cotidiana de familias, profesores, catequistas, sacerdotes, vida consagrada, etc., que tratan de educar según la fe, en su variedad de expresiones, sorteando no pocas dificultades, pero con el deseo de responder a la unidad que exige la caridad.

Qué gran labor eclesial la de acompañar estos procesos que producen semejantes frutos, que no son sino una muestra visible de la tarea que realiza la Iglesia en tantos campos y que el Jubileo ha mostrado al señalar algunos de ellos.

Es una ocasión para dejarse contrastar por las palabras de Jesús y decirse: de todas estas posibilidades pastorales, en cuáles estoy implicado; de qué modo ayudo a otros a nacer de nuevo; en qué medida estoy haciendo mía esta experiencia, y cómo creo que podría mejorarla; y si todavía no estuviera involucrado en ninguna actividad concreta, dónde creo que podría dar el paso para responder a la intención del Señor.

En cualquier caso, todo comienza con la experiencia personal de un encuentro con Cristo, como el que hemos escogido para nuestro comentario. De la constancia en nuestro trato personal con el Señor se van a dar el resto de dedicaciones posteriores y habremos dado con la fórmula de diálogo íntimo con Jesús para descubrir los tesoros que tiene preparados para cada uno. Estas conversaciones a solas con quien sabemos que nos ama, que diría Sta. Teresa de Jesús definiendo la oración, son el modelo de trato inigualable entre Dios y su criatura, el signo de nuestra identidad: hemos sido creados para un diálogo de amor que nos construye y que no pasa nunca (1Cor 13,8).

Jesús nos ha dejado varios de estos encuentros personales en los que los personajes que han intervenido se han visto descubiertos, acogidos, transformados y enviados a mostrar a otros lo que con ellos ha sucedido, para repetir de nuevo el ciclo de salvación que quiere difundirse y llegar a cuantos más mejor, según el plan de Dios. Seguro que recordamos, por ejemplo, la conversación con la mujer samaritana (cf. Jn 4, 5-42), y el diálogo con Zaqueo (cf. Lc 19, 1-10), entre otros, cuyas vidas fueron reorientadas tras el trato con Jesús.

Sería bueno poder contrastar la experiencia de estos encuentros para identificar los distintos lenguajes que van apareciendo y que son los síntomas de que nuestro interior se mueve y asiste a una gramática de ideas y sensaciones que requieren su interpretación.

Como indicamos al principio de esta carta, comenzaremos en la Diócesis un programa de acompañamiento que capacite a personas involucradas en el trato con jóvenes en este arte de la interpretación de los lenguajes de Dios y de los propios lenguajes para entender mejor los movimientos del alma y la forma de responder ante ellos.

Una imagen para el plan pastoral

Junto con el lema que nos ocupa, hemos querido resaltar con una imagen otra de las palabras de Jesús en su diálogo con Nicodemo: el que no nazca del agua y del espíritu no puede ver el Reino de Dios (Jn 3, 5). Con esta afirmación se nos está mostrando cómo el crecimiento y el destino feliz de nuestra vida es pura gracia, pero necesita también de la aceptación libre de la persona que ha de acoger la propuesta de Dios. Se une nuestro presente histórico con la meta definitiva de nuestra existencia. El bautismo, al que hace referencia Jesús en sus palabras, es la puerta de entrada al encuentro con el Señor, a injertarnos en su misericordia, en su plan de salvación. Al quedar incorporados a Cristo, el Sol que nace de lo alto, quedamos orientados, es decir, mirando al Oriente, lugar del nacimiento del Sol. Nuestra vida, por tanto, como hemos indicado, está orientada, tiene un sentido. Se entiende, por tanto, que la imagen del cartel de nuestro curso pastoral sea una pila bautismal, con toda la simbología que encierra.

Sabemos que, con toda intención catequética, la pila se situaba a la entrada de los templos, para indicarnos que es el acceso a la vida cristiana; además, la forma de útero de los baptisterios, mostraban que somos engendrados en el seno de la Madre-Iglesia para ser dados a luz en un nuevo nacimiento, somos iluminados, como así se les conocía a los bautizados en los primeros siglos del cristianismo.

En estos primeros siglos de andadura eclesial, surgen nuestros patronos, los santos Emeterio y Celedonio, martirizados en el lugar donde se erigió el primer baptisterio de la Diócesis, donde actualmente se encuentra la pila bautismal que encontramos en la entrada de la catedral de Calahorra, y cuya imagen seguro que todos hemos identificado en el cartel del plan pastoral. De tal manera vivieron con seriedad su fe aquellos soldados romanos, que supieron vencer las dificultades que aparecieron contra los cristianos a finales del siglo III, como antes en tantos momentos.

En principio no debería ser problemática la convivencia entre las religiones en los asentamientos romanos, ya que era una práctica habitual del Imperio tolerar las creencias de los pueblos invadidos, pero haciendo obligatorio que tuvieran que reconocer la autoridad y divinidad del emperador en algún momento, echando unos granos de incienso en un ara pública. Lo que para muchas prácticas religiosas no era un problema, para los cristianos era algo inaceptable, ya que sólo el Dios de Nuestro Señor Jesucristo era digno de adoración y de reconocimiento como el único Dios, y, por tanto, incompatible con la aceptación de otra divinidad. Ni la Roma imperial podía tolerar la insubordinación de las gentes en sus territorios, ni los cristianos podían admitir que hubiera otro dios al que dar culto (nadie puede servir a dos señores -Mt 6, 24-). A imitación del Señor, aquellos valientes soldados, entonces fieles a las órdenes de Roma, testimoniaron su adhesión a Jesucristo pagándolo con su vida.

Nuestros mártires calagurritanos, como todos a lo largo de la historia de la Iglesia, nos anuncian a todas las generaciones de cristianos que no todo es compatible con la fe, ya sea que se niegue a Dios o se denigre la dignidad humana. El criterio último de discernimiento sigue en vigor: amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a uno mismo (cf. Mc 12, 29-31).

Se entiende entonces que el cristiano no pueda renunciar a sus principios que le hacen obedecer a Dios antes que a los hombres (Hch 5, 29), y procure construir este mundo según las semillas de las bienaventuranzas, que incluyen la posibilidad del rechazo (cf. Mt 5, 3-12).

Llegar a entender y aceptar esta forma de vida es una responsabilidad para todos los católicos, tanto en nuestra práctica religiosa como en nuestro testimonio público, allí donde se desarrolla la vida de cada uno.

La vida de los sacramentos

Ya hemos hablado de la importancia del encuentro personal con Jesús, cuyo diálogo es un nacer de nuevo, como lo son los sacramentos cada vez que los recibimos.

Nos hemos referido ya al Bautismo, cuyo aniversario deberíamos rescatar; es una ocasión recurrente para agradecer a los que nos han precedido en la fe, los que lo hicieron posible, y en el momento actual en el que nos encontramos, un posible contraste de nuestro estilo de vida con aquella intención amorosa de Dios que nos daba la capacidad de vivir como verdaderos hijos suyos.

Lo mismo ocurre con el sacramento de la Reconciliación. ¿Acaso no vuelve a nacer quien ha reconocido su pecado, lo verbaliza con humildad al confesor, recupera con la absolución la amistad perdida con el Señor, y se esfuerza con la gracia en mantener la fidelidad que Dios reclama para nuestra felicidad? Siempre es un buen momento para valorar el cuidado de nuestras confesiones; tanto para los sacerdotes, a la hora de facilitarlas y ejercerlas personalmente con toda misericordia, como para los penitentes, todos nosotros los bautizados, para acercarnos a esta fuente del perdón y de la alegría.

Qué decir de la Eucaristía, fuente y culmen de la vida cristiana (Lumen Gentium 11). Cabría preguntarse si la vivimos así. Debemos insistir en la Diócesis en cuidar la liturgia, sus gestos, palabras, cantos, etc., para que podamos celebrar con gozo lo que la Iglesia quiere transmitir, lejos de toda arbitrariedad ajena al sentir eclesial. Para facilitar el desarrollo de las celebraciones, tenemos pensado elaborar unos materiales sencillos a disposición de los fieles para que puedan seguir con tranquilidad la liturgia eucarística.

Otro de los aspectos a tener en cuenta es la situación actual en la que nos encontramos, dado el número de sacerdotes, y las características de nuestros pueblos y ciudades. Todos podemos colaborar para flexibilizar los horarios y hacerlos compatibles con otras celebraciones, incluso desplazarse a aquellos lugares cercanos para celebrar la Eucaristía con otros vecinos, venciendo situaciones ajenas al Evangelio, y permitiendo una mayor comunión entre nosotros, propio de la liturgia dominical. Agradecemos los esfuerzos de los sacerdotes, Equipos de Misión, laicos o personas consagradas, para llevar cada fin de semana la Palabra y la Eucaristía a diversos lugares de la Diócesis. También a los Ministros Extraordinarios de la Comunión por su colaboración en las parroquias.

El sacramento de la Confirmación es otro encuentro de gracia que se ofrece en la Diócesis en distintos momentos, según los procesos de cada lugar, pero vemos conveniente unificar criterios y adelantar en general la edad del sacramento. La Confirmación tendría lugar en los dos o tres años posteriores a la Primera Comunión, de modo que sea un proceso continuo que permita cuanto antes una transmisión orgánica de la fe, capaz de situarse ante las propuestas que la sociedad realiza a edades cada vez más tempranas; esperamos además contar con la correspondiente implicación de las familias. Así lo comentamos y justificamos en cursos anteriores en los Consejos Presbiteral y de Pastoral.

Desde la Delegación de Catequesis se seguirán dando instrucciones sobre cómo abordar este proceso que constituye otro nuevo nacimiento, tanto para los que se confirman, como para los que intervienen, padres, sacerdotes y catequistas.

Dados los distintos modelos que conviven en estos momentos, durante los próximos años los iremos reconduciendo para establecer el criterio diocesano, en el que ya hay parroquias implicadas.

Esto no quita para que sigan dándose situaciones particulares que habrá que abordar, así como el mantenimiento de las confirmaciones de adultos, cada vez más frecuentes en nuestra feligresía.

Queremos que los sacramentos y la vida de fe en general lleguen igualmente a las personas con discapacidad, para lo que hemos creado un Servicio Diocesano para Personas con Discapacidad (SERDIS), encargado de acompañar la realidad de estas personas y de sus familias. A lo largo del curso pasado tuvimos ocasión de reunirnos con las entidades riojanas que trabajan en este mismo ámbito y agradecemos el espíritu de colaboración que se respira. Ojalá que se haga realidad este nacer de nuevo también en estos hermanos nuestros y en la relación fraterna hacia ellos.

Los signos que tú haces

En el diálogo que venimos comentando, Nicodemo le dice a Jesús que nadie puede hacer los signos que tú haces si Dios no está con él (Jn 3, 2), pues ha sido testigo de alguno de los prodigios realizados por Jesús que le hacen caer en la cuenta de que hablan de una realidad más profunda que la mera acción prodigiosa; de ahí que los califique como signos porque señalan a Dios.

Si bien es verdad que los sacramentos son signos visibles de una realidad invisible que transmiten la gracia de Dios, nuestra actividad eclesial debe contar con otros signos que todos entiendan y que ayuden a reconocer que Dios está en medio de nosotros a través de esas acciones directas, de tal manera que, si no las pudiéramos encontrar, nuestro mensaje de esperanza quedaría puesto en entredicho. Es la consecuencia natural del seguimiento de Jesús, que se muestra en los ámbitos de la caridad, de la cultura, del compromiso social, etc. Aunque brevemente, diremos una palabra al respecto sobre esta manifestación pública de la fe.

A nadie se le escapa el rico patrimonio cultural que tiene nuestra Diócesis, lo que supone un privilegio para los que podemos disfrutarlo habitualmente, un recurso impresionante para el diálogo fe-cultura, y un gran atractivo para las personas que nos visitan, lo que implica, por otra parte, el correspondiente beneficio para los diferentes sectores de la nuestra sociedad riojana.

Es de agradecer el esfuerzo económico que realizan las distintas administraciones públicas, fundamentalmente locales y autonómicas, también las nacionales, para el mantenimiento y conservación del patrimonio, y la estrecha relación que se mantiene en este terreno con la Diócesis para el cuidado de esta dimensión externa de la fe, que no dejamos de atender.

En cuanto al compromiso social, en la Diócesis contamos con un Área dedicada al Servicio, que aglutina las acciones que se dedican al mundo de los más necesitados, como Cáritas (que incluye Proyecto Hombre, Fundación Chavicar), Manos Unidas, Pastoral Penitenciaria, Pastoral de la Salud, Pastoral con Migrantes, etc.

La labor social que se realiza, sin mirar quién necesita la ayuda, es de una envergadura impresionante, gracias al buen hacer de los que trabajan en estas realidades eclesiales, los voluntarios que las hacen posibles, y una gran generosidad por parte de los que sostienen con sus donativos estas asistencias.

Desde hace dos años organizamos en la Diócesis unas Semanas Sociales con la intención de acercarnos a diversas situaciones de necesidad social a las que dar alguna respuesta, con el deseo de implicar a las distintas fuerzas sociales y de la administración. En la primera edición nos centramos en la posible relación entre despoblación e inmigración, y este curso pasado tratamos la situación de los jóvenes migrantes.

Pues bien, de ambas han surgido dos proyectos diocesanos que está gestionando Cáritas a los que agradecemos su entrega y profesionalidad. El primero consiste en la rehabilitación de viviendas propiedad de la Diócesis, en diversas poblaciones de La Rioja, para acoger a familias que tienen que abandonar el proyecto de Alojamientos Temporales de Cáritas. Ya hay varias familias alojadas y continuaremos en la realización de este proyecto que, de momento, ha supuesto una inversión de 117.000 €.

El segundo proyecto, todavía en gestación, es la acogida de un grupo de jóvenes migrantes, mayores de 18 años, debidamente acompañados, en una casa cedida por una congregación religiosa a la Diócesis, para que se puedan formar y trabajar en nuestra región.

Son signos que nos hablan del compromiso del cristiano por la vida y la dignidad de la persona. No podemos predicar nacer de nuevo, sin todas las implicaciones que tiene secundar las palabras de Jesús. De ahí la importancia de la convocatoria que todos los años hacemos en el Paseo del Espolón de Logroño, este año, Dm, el sábado 21 de marzo, fecha próxima al día 25, Solemnidad de la Anunciación, porque para nacer de nuevo primero hay que nacer, aunque bien sabemos que los que no han llegado a nacer ya han nacido a la vida verdadera, lo cual no nos exime de seguir reclamando justicia para los más débiles e indefensos. También nos acordamos en estas convocatorias de los trabajadores, de sus condiciones laborales, donde se juegan la salud y, desgraciadamente en muchos casos, la vida, de ahí el apoyo a la iniciativa eclesial de Iglesia por el Trabajo Decente (ITD). Tenemos presente la situación de los ancianos, de los enfermos, físicos y mentales, de los privados de libertad, de los que sufren alguna pérdida, de las personas con discapacidad que antes hemos mencionado, de las víctimas de abusos, y de los victimarios, se produzcan donde se produzcan, con la posibilidad de ser atendidos en nuestra Diócesis a través del Equipo de Atención a las Víctimas de Abuso (EDAVA).

Cómo no recordar a las personas víctimas de la trata, que se han convertido en la causa común de la Iglesia en España para este Jubileo; al final del año, con las colectas de las celebraciones ya anunciadas en nuestras sedes catedralicias, daremos a conocer lo recaudado durante el Año Jubilar. Que sea mucho el bien que se pueda hacer en esta terrible plaga de nuestra sociedad.

Si hacemos referencia a la vida no podemos olvidar a los que siguen sufriendo las terribles consecuencias de la guerra, como, en Gaza, en Ucrania y en tantos otros sitios en el mundo donde se masacra la dignidad del ser humano en una espiral de violencia que no cesa. Quiera el Señor mover los corazones de los gobernantes para que se encuentren caminos que frenen la destrucción y se logre la ansiada paz.

La mirada, en este capítulo de los signos, también se dirige a los que compartimos la fe en Jesús, aunque todavía no estemos totalmente unidos; a aquellas iglesias con las que queremos seguir avanzando en el camino del ecumenismo. Que la Palabra de Dios y la caridad fraterna nos acerquen unos a otros para avanzar en la voluntad del Señor que desea que seamos uno.

Recordamos de igual modo a los hermanos de otras confesiones religiosas con las que queremos tener una relación más estrecha, de modo que sea real ese diálogo interreligioso que evita suspicacias y allana entendimientos, con las buenas consecuencias que estos acercamientos pueden tener para nuestras respectivas comunidades.

Las faltas contra la libertad religiosa nos perjudican a todos, los delitos de odio nos afectan a todos, las ofensas a las religiones nos entristecen a todos. Ojalá sepamos ofrecer al mundo, desde nuestra condición de personas religiosas, el entendimiento y la convivencia que todos deseamos.

En este sentido, también la actividad política es clave; de ahí la preocupación que en algún momento hemos manifestado, según los principios de la Doctrina Social de la Iglesia, sobre la deriva legislativa en España, que hace que los españoles podamos no ser iguales ante la ley, que se ponga en peligro la legítima separación de poderes, y que se atente contra la unidad de nuestra nación, un bien moral arraigado en nuestra historia del que todos somos responsables.

Por último, en este apartado, nuestra solidaridad con todas las zonas afectadas por los incendios que en estas semanas asolan gran parte de nuestro territorio nacional. Además de las tremendas pérdidas materiales, nuestra oración por las personas fallecidas, familiares y allegados, y el deseo de una pronta recuperación a los heridos. Que los lugares que todavía luchan contra el fuego cuenten con la coordinación debida de las distintas administraciones y los medios necesarios para su extinción, sin que haya que lamentar más víctimas.

Agradecimiento

El mensaje de esperanza del Jubileo, que como tal finalizaremos, Dm., en el próximo mes de diciembre, lo queremos continuar fiados en la acción de Dios, que nos recuerda que es posible nacer de nuevo, con todas las repercusiones que estas palabras suponen de buena noticia para nosotros, para nuestras comunidades cristianas y para todos con los que compartimos la vida. Nos lo dice quien se ha comprometido a estar con nosotros todos los días hasta el final del mundo (Mt 28, 20). No podemos sino volvernos a Él, al Oriente que mira el bautizado, y reconocer con profundo agradecimiento lo que hace en nuestra vida y el horizonte de sentido que nos ofrece, guiados por nuestra Madre La Iglesia.

Mi agradecimiento, en nuestra Iglesia particular de Calahorra y La Calzada-Logroño, a todos los que colaboráis en la tarea evangelizadora de la Diócesis, con tantos y tan variados trabajos al servicio de los demás, a los sacerdotes, laicos, miembros de la Vida Consagrada, benefactores, y a todos los que participáis de alguna manera en esta Iglesia que camina en La Rioja.

Nos acogemos a la intercesión de nuestros santos patronos, los Santos Mártires Emeterio y Celedonio, y Sto. Domingo de la Calzada, y de Nuestra Madre, la Virgen de Valvanera, patrona de La Rioja, para que nos alcancen la gracia de nacer de nuevo.

 

Dado en Logroño, a 15 de agosto de 2025, Solemnidad de la Asunción de la Bienaventurada Virgen María.

+Santos Montoya Torres

Obispo de Calahorra y La Calzada-Logroño

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