DE NUEVO LA PAZ

La sucesión de los acontecimientos que contemplamos cada día es tan acelerada que hechos recientes nos parece que hubieran tenido lugar mucho tiempo atrás. Es la sensación que se puede tener con la elección del nuevo Papa, ocurrida tan solo hace semana y media, desde que escribo estas líneas, y parece como si estuviéramos hablando de un papado iniciado no precisamente hace poco.

El fallecimiento repentino del Papa Francisco nos sorprendió a todos después de su mejoría y su felicitación pascual; nos entristeció su pérdida y, de forma paradójica, nos transmitió el consuelo de la fe contenido en la resurrección de Cristo, como no podía ser de otra manera. Además de las manifestaciones de afecto y de duelo expresadas a lo largo de la geografía mundial, miles de peregrinos quisieron desplazarse a Roma para despedirse ante su féretro. Como signo de unidad, también tras su muerte, convocaba a la mayoría de los gobernantes del mundo, con escenas que quedan para la historia, guiños de Dios que hablan de procesos de paz tantas veces implorados por el difunto Papa.

La Iglesia Católica se ha visto de repente en el centro de la atención mundial y en Roma ha sabido responder con su acogida, organización y liturgia cuidada, la celebración de las exequias, que muestran por sí mismas la esperanza a la que somos llamados. Su impacto se ha dejado notar.

Si la despedida ha recogido declaraciones de reconocimiento a la figura del Santo Padre, procedentes de los sectores más variados de la sociedad, la expectación generada por el cónclave para elegir a su sucesor ha vuelto a copar los espacios informativos de los diversos medios de comunicación en todo el mundo, lo cual indica el interés que suscita la realidad eclesial, relegada muchas veces al silencio informativo (según los casos), y la realidad vaticana en concreto, con especulaciones de todo tipo, más parecidas muchas veces a los procesos electorales de nuestras democracias, con sus programas políticos, que a la situación particular de la elección de un nuevo Papa, donde el programa lo marca el Evangelio y la Tradición de la Iglesia, continuidad y novedad al mismo tiempo.

El trabajo de las congregaciones generales en las que los cardenales han dialogado sobre la situación mundial y el perfil del candidato a elegir se ve que ha sido fructífero a juzgar por la rapidez en la elección del candidato, un sucesor de Pedro, y, por tanto, continuador de la obra de la Iglesia que encierra el depósito de la fe.

Y de pronto, lo que ya oímos el pasado 8 de mayo, una exclamación de fe, esperanzadora y rotunda: “¡La paz sea con todos!”, en boca del nuevo Papa, León XIV, un primer saludo que recogía el testigo de la Pascua que no se puede acallar, la verdad de Cristo resucitado. “También yo quisiera que este saludo de paz llegue hasta sus corazones, que alcance a sus familias, a todas las personas, donde sea que se encuentren, a todos los pueblos, a toda la tierra”, comenzó diciendo en su primera comparecencia tras su elección, en la que recordaba a su predecesor: “Todavía conservamos en nuestros oídos esa voz débil, pero siempre valiente, del Papa Francisco, que bendecía a Roma, también al mundo entero esa mañana del día de Pascua”.

Nos unimos en oración al Papa León XIV, que nos propuso rezar juntos “por esta nueva misión, por toda la Iglesia, por la paz del mundo”.

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