Homenaje a los sacerdotes diocesanos que celebran sus bodas de oro y plata

Con motivo de la festividad de San Juan de Ávila, patrón del clero secular español, la diócesis homenajea a los sacerdotes que celebran sus bodas de oro y platas. Entre ellos se encuentran Mons. Santos Montoya y D. Vicente Robredo.  Aquí os dejamos los textos que han redactado para dar gracias a Dios por sus ministerios.

BODAS DE ORO SACERDOTALES

El primer seminario fue mi casa, mis padres: Ángeles y Eloy. Él, tejedor de vida y hortelano. Ella, alegría del hogar, labor continua, canción de la mañana. Nací en Ezcaray, el 21 de enero de 1952, en la casita de la calle Araúces. Allí di mis primeros pasos, recé mis primeras oraciones, leí los primeros cuentos. Con la señorita Paulina aprendí las primeras letras.

Al poco tiempo, recién nacido mi hermano Fernando, hubimos de trasladarnos a la planta baja de Villa Carola, cuyos jardines arreglaba mi padre, tras salir del taller. Allí ingresé en el gremio privilegiado de los monaguillos, al cuidado de D. Lázaro, D. Moisés y D. Isidro, curas que acompañaron nuestras travesuras y cultivaron nuestra piedad. También ayudaba a misa, en las Religiosas Hospitalarias de Jesús Nazareno, a D. Saturiano, hermano de mi abuelo Felipe, un abuelo entrañable y especial. También mi abuela Vitoras, su casita de Zaldierna y su borriquilla fueron para mí escuela de vida aquellos años.

Trasladados a la casa de Las Teñas, donde nació María Ángeles, mi hermana, en septiembre de 1963 ingresé en el seminario de Logroño. Eran los años de The Beatles, Kennedy, el concilio Vaticano II; tiempos de estudio, de amistades imperecederas, deportes, de ir discerniendo la llamada, el horizonte de la vocación.

El seminario diocesano era un semillero de bondades, entrega, disciplina. Los formadores, con su diversidad de caracteres y matices, eran sin excepción un vivo ejemplo de abnegación y generosidad. Nunca agradeceremos lo bastante sus constantes desvelos por sacar de nosotros lo mejor.  D. Pedro, D. Faustino, D. Santiago, D. Enrique, D. Luis, D. Abel… nos iban sensibilizando y formando en humanidades (música, poesía, cine, filosofía, teología…), en el amor a Jesucristo y a María, a los hermanos de cualquier raza y condición.

El 24 de junio de 1975 fue nuestra ordenación presbiteral. Luego llegó el primer destino: Treviana y San Millán de Yécora, pueblos inolvidables.  Allí pastoreé y fui pastoreado. Recibí mucho más de lo que di, aprendí mucho más de lo que supe enseñar. Treviana, pueblo cerealista y ganadero, devoto de la Virgen de Junquera y san Isidro, conjugaba lo duro del trabajo con la fiesta en la plaza, la solidaridad con el fervor. Años llenos de nombres entrañables: mis patronas, Victoria y luego Antonia; Cefe, el practicante; Julito el peluquero; Alejandro, el albañil; D. Francisco, capellán de La Maestranza; los amigos (Chemas, Luky…) y tantos otros.

En 1980 el obispo D. Francisco me encomendó dar clases de Lengua y Literatura en nuestro seminario, compaginándolo con la pastoral en La Inmaculada, cuyos párrocos, D. Justo, primero, luego D. Miguel, fueron siempre auténticos hermanos. Las religiosas de María Inmaculada fueron un regalo incalculable.

Las clases fueron un buen campo de siembra y recogida, de reciprocidad educadora. Querer a los alumnos, ayudar a que afloren y den fruto es una vocación gratificante y una hermosa ocasión de crecimiento, convivencia y buen humor. Recuerdo la afirmación rotunda de un alumno sobre Garcilaso: “Gran poeta, no escribió un solo verso en vida”. No nos reveló cómo pudo escribirlos después.

Que D. Juan José Omella me propusiera ser vicario general de la diócesis me supuso una intensa desazón. Pero ¿podía negarme?  Debo reconocer agradecido que, durante estos años, los obispos, los hermanos sacerdotes, siempre comprensivos, han sido una gran ayuda y un estímulo ejemplar, así como los Religiosos y laicos. El Señor suple con creces nuestras debilidades.

50 años son pocos para la misión evangelizadora. Es el campo tan amplio, tan noble la tarea… Ser heraldo del amor de Dios es motivo de un agradecimiento infinito. Agradecimiento a Dios, a mi familia (abuelos, padres, hermanos, sobrinos, tíos, primos), a todo el pueblo cristiano, tantas personas que me han rodeado de afecto, amistad, delicadezas. Agradecimiento a La Virgen de Allende, tan rodeada de hijos y de lirios; a san Lorenzo. A todos ellos, que siguen siendo un bálsamo, un aliento, un agua bautismal reconfortante y purificadora, infinitas gracias.

Vicente Robredo García

Dios, nuestro Padre amorosísimo, me llamó desde la eternidad. La llamada que sentí fue sencilla y sin complicaciones. Nunca quise ser otra cosa que sacerdote y ya me daba cuenta de las cosas muy bonitas a las que tendría que renunciar para seguir mi vocación.

Hablar del seminario sería interminable. Recuerdo a tantos formadores y profesores, a su magnífico rector D. Jesús, a los directores espirituales… Sentí que la vocación es personal, pero que necesita de los demás, de la amistad fraterna para que esa vocación se asiente y crezca. Por eso, los amigos que llegamos a la meta, Vicente, César, Tomás y yo, a los que se nos añadió José Antonio, han sido siempre algo muy especial en mi vida.

El día de San Juan, día de mi Ordenación, pedí la admisión en la Obra; fue como un resello que se hizo vida en mi vida, tal y como canta el lema de un equipo de futbol inglés: “Nunca caminarás solo”. Dios me dijo: “Eres sacerdote para siempre y serás santo siendo sacerdote”.

Así llegué con nuestro querido Tomás -todo animosidad, servicio y alegría-, al Camero Viejo, donde aprendí a ser cura, con la ayuda de los buenos cameranos. Varios niños laguchinos quisieron ir al seminario y uno de ellos es hoy sacerdote.

Llegaron después tres años de profesor en Nájera y con los cuatro pueblos del alto Yalde, con feligreses buenísimos en los pueblos y trato continuo con gente joven en el Instituto de Formación Profesional. Aunque Manuel Monzoncillo quería que me quedase en Nájera, di con mis huesos -para 26 años- en Baños con el descubrimiento maravilloso de la Virgen de los Parrales. Colaboración con las Hermanas Misioneras del Pilar. Aquí es donde me empezaron a decir que tenía vocación de arquitecto al hacer con D. Miguel el tejado de la Iglesia parroquial, o la restauración de la ermita de Virgen del Rosario, las vidrieras de la ermita de los Parrales, la reconstrucción del interior del templo parroquial.

Cuando llegué a Nájera en 2008, me encontré con la disponibilidad y el cariño de muchas personas en ambas parroquias. Y el de los padres franciscanos que me abrieron su casa de par en par. Lo mismo me pasó con las Hijas de la Caridad y ahora con su herencia, el colegio de La Piedad. Siempre me han acompañado mis padres, primero cuidándome a mí, y los últimos años cuidándolos a ellos con mi querido hermano Julio hasta que, desde Nájera, se fueron al cielo.

Ya llevaba muchos años D. Feliciano en Nájera cuando llegué y ahora tenemos con nosotros a Javier Effá. He tenido la suerte de vivir mi vocación y compartirla, con los compañeros del Arciprestazgo del Najerilla, los de ahora y los que ya no están y con las comunidades de San Millán, Valvanera, las Carmelitas de Tricio, etc. La Santa Cruz y la Inmaculada son Parroquias con mucho trabajo y me siento en ellas muy contento. Las atendemos junto a las Clarisas, la Residencia de Mayores Santa María La Real y el Piso Tutelado San Prudencio. Muchos peregrinos de Santiago nos acompañan cada día en la Eucaristía y se llevan un buen recuerdo de la Iglesia que peregrina en Nájera.

Hablamos de vocación sacerdotal, pero no quiero terminar sin pedir a la Virgen Santa María la Real, tan solita en su maravilloso monasterio, que siga suscitando vocaciones sacerdotales en Nájera y toda La Rioja. Viendo tantos niños que traen a bautizar, hacen la comunión o se confirman, pido a Santa María que conceda a sus padres descubrir su vocación matrimonial, santa y maravillosa, para que busquen la santidad en medio del mundo y transmitan con su testimonio la fe cristiana a sus hijos, y puedan surgir nuevas vocaciones sacerdotales, porque como decía San Josemaría: “el 90% de la vocación se la debemos a los padres”.

                                                                                                                      José Félix Sáenz Olarte

 

Soy hijo de un cántabro y de una burgalesa que se afincaron en Santo Domingo de la Calzada. Venían de una zona bastante deprimida buscando el sustento de la familia. Sacar adelante a los cinco hermanos que somos se consigue a base de entrega, de continuo apoyo y de buen ejemplo. Allí aprendí lo que era educar a unos muchachos para que fueran personas de bien, con mucho respeto y sin imposiciones.

Mi vida comenzó como para la mayoría de los chavales de Santo Domingo: escuela, calle y teologado de los claretianos. Al cobijo de éstos, di un paso importante a los diez años. Como en el pueblo ya era difícil estudiar a partir de esa edad, había que elegir o el mundo laboral o a estudiar con los “curas o los frailes” y un buen grupo de muchachos nos fuimos a un pueblo de Navarra a estudiar. Yo estuve dos años y mi idea era dejarlo. Intervino un canónigo de Burgos para que siguiera en el seminario.

En el comienzo éramos 29, hoy cinco somos sacerdotes. Y cualquier detalle era suficiente para dejar el seminario, como me ocurrió a mí. Un año fuera, bastante desorientado y sin ninguna gana de seguir. Solamente la constancia y el buen hacer de un sacerdote de Santo Domingo mantuvieron vivo ese pequeño rescoldo que emergió una tarde de verano en la capilla de san Pedro en la catedral calceatense. Allí decidí volver al seminario, pero al de Logroño.

También destaco la presencia paciente y eficaz del sacerdote Pelayo Sáinz Ripa, modelo de trabajo, vida sacerdotal y compromiso con la vida diaria de Santo Domingo. Sin él yo no hubiera llegado a donde hoy estoy. “Qué paciente fuiste conmigo y cuántas horas me dedicaste, Pelayo. Dios te lo recompensó viendo que tus esfuerzos sirvieron de gran ayuda para seguir adelante y ser ordenado sacerdote. Gracias, Pelayo”.

Dos años después de la Ordenación, finalizada la licenciatura de Derecho Canónico, me incorporo a la vida pastoral de la diócesis. Cuatro años en Torrecilla en Cameros, 5 en san Pablo de Logroño, 13 en las parroquias de Arnedo, 16 en Quel, 3en san Francisco Javier y el resto en Santo Domingo de Silos, coincidiendo los últimos años en Ventosa y ayudando en las parroquias del valle del Yalde son los jalones que han marcado mi vida.

Lo que he vivido en las diferentes comunidades cristianas por las que he pasado: la devoción a la Virgen (Tómalos en Torrecilla, el Manojar en Nestares, Vico en Arnedo y en Ventosa la Virgen Blanca). Y por supuesto el Santo Cristo de la Transfiguración de Quel también ha marcado mi vida; su ermita, su templo parroquial. Pero sobre todo por lo que representa para los queleños, que me aceptaron y tanto me ayudaron y donde siempre me sentí identificado en los momentos cumbre de mi vida pastoral.

No puedo olvidar, y también lo hago con gratitud, a los muchos chicos, junto a los profesores, con los que compartí veintinueve años en el IES Celso Díaz de Arnedo. Ellos me enseñaron a tratar a los adolescentes y, sobre todo, a saberlos escuchar, valorar y acompañar su vida.

Doy gracias a Dios por su continua presencia que he notado especialmente en las dificultades que han ido apareciendo en estos 50 años. Y le pido que me siga dando fuerzas para poder dar todo lo que sea capaz en los lugares donde todavía me hago presente sirviendo a la Iglesia.

José Antonio Gutiérrez Martínez

                                BODAS DE PLATA SACERDOTALES

Con motivo de nuestro aniversario sacerdotal, en mi caso, 25 años, se nos ha pedido a los que lo celebramos que pongamos por escrito nuestra historia vocacional y nuestro recorrido ministerial en este tiempo. Me sumo, por tanto, como los demás, a esta tarea que no es sino un agradecimiento a Dios por su llamada y el sostenimiento de la misma a lo largo de todos estos años en los que no pocas personas han intervenido. Él sabe quiénes son y lo que les debo.

El modo de contar el propio proceso vocacional puede variar en función de los aspectos en los que uno se fije, porque ciertamente son muchas las experiencias que se acumulan desde que se recibe la sugerencia hasta que se concreta la respuesta.

En mi caso, el entorno desde la infancia ha estado siempre relacionado con la vida cristiana; mi familia, la más inmediata y la más extensa, ha participado naturalmente de la fe, y tanto mis hermanos como yo hemos crecido en un ambiente generado por esta visión, en los modos de hablar, el respeto a los mayores, el buen comportamiento, la práctica religiosa, etc. Mis primeros años en La Solana, un pueblo de la Mancha, los recuerdo con esta relación tranquila con Dios, que entraba con toda normalidad en la vida cotidiana.

Con el traslado familiar a Madrid, primero a una población cercana y después a la capital, la cuestión religiosa siguió vinculada a las diferentes parroquias de la zona, donde los ambientes ya no eran tan homogéneos como entonces y la fe era puesta a prueba. La providencia puso en mi camino un sacerdote y un grupo de jóvenes con los que descubrí más profundamente el sentir con la Iglesia y la responsabilidad que teníamos con relación a Dios y a los demás, lo que suponía cuestionarse el sentido de la propia vida.

Si todo ha sido preparación de la llamada, en este contexto surgió esa primera invitación concreta a ser sacerdote, que, bajo diferentes excusas, fui posponiendo. Pero las experiencias en el tiempo seguían orientando en una dirección (el cuestionamiento en la oración, el eco de la Palabra de Dios, un encuentro con adolescentes que se iniciaban en la fe, imágenes de la vida corriente que exigían respuestas, etc.), lo que condujo a que algunos años después, y, tras contrastarlo debidamente, entrara en el Seminario.

Tras el período de formación, llegó la primera ordenación, la de diácono, estando destinado en la Parroquia de El Pilar de Campamento (Madrid), en la que sólo estuve un curso, ya que una vez ordenado sacerdote el 18 de junio del 2000, en contra de lo que en un principio se pensó, en vez de continuar en la parroquia en la que estaba feliz, fui destinado al Colegio Arzobispal-Seminario Menor al curso siguiente, compatibilizando las clases con el encargo pastoral en Acción Católica, como Viceconsiliario. Al año siguiente ya seguí a tiempo completo en el Colegio, aunque colaboraba en el Oratorio del Niño del Remedio y en una parroquia cercana al Seminario, el Purísimo Corazón de María. En el 2012 dejo la dirección del colegio por un nuevo destino, la parroquia Beata María Ana de Jesús, que lleva consigo un colegio diocesano, con el mismo nombre, que cuenta con un alumnado muy variado, tanto como que tiene 17 nacionalidades, lo que supone una experiencia escolar muy diferente.

Los años en esta parroquia y en el colegio fueron una bendición de Dios, donde pudimos afrontar proyectos de todo tipo, tanto con relación a los edificios como en la vida pastoral, que tuvo su influjo en el barrio.

En diciembre del 2017 llega la noticia del nombramiento de Obispo Auxiliar de Madrid, toda una sorpresa que dejaba atrás el proyecto parroquial que con tanta ilusión estábamos realizando. Y cambia por completo la dedicación. Ahora viene la experiencia del recorrido por la diócesis con su rica variedad, participando de las visitas pastorales y el acompañamiento de los sacerdotes como otro de los encargos recibidos. Y, tras cuatro años en estos menesteres, una nueva llamada del Nuncio me señala otra tarea, ahora en La Rioja, como obispo de una diócesis con nombre largo, Calahorra y La Calzada-Logroño, en la que llevo ya tres años, y en la que tiene lugar este aniversario que ahora, por pura gracia de Dios, celebramos. Que el Señor lleve a término su obra y que el resto no seamos obstáculo para ello. Bendito sea Dios.

Santos Montoya Torres

Obispo de Calahorra y la Calzada-Logroño

Estos 25 años de sacerdocio los sintetizaría en dos palabras: Agradecimiento y Confianza.

Agradecimiento a Dios por la vocación recibida. Todo lo bueno que hay en el mundo y en la vida viene de Dios, por eso me brota del corazón una gratitud serena y humilde cuando mirando el camino recorrido en este tiempo descubro tantas gracias recibidas aún en medio de mis debilidades.

La segunda palabra sería confianza: Dios es el que ha iniciado la obra buena y Él mismo la llevará a término, Jesús cuando nos habla a través de las parábolas nos dice que Dios está haciendo su obra y que nosotros tenemos que creer con una fe que es confianza, que la confianza no es otra cosa que la fe dinamizada por la esperanza. La obra buena iniciada por Dios requiere de nuestra cooperación, la confianza lleva a una esperanza activa, constante, responsable.

Por eso a lo largo de todo este tiempo de ministerio sacerdotal he descubierto como vivir la fe con confianza, esperanza y responsabilidad es una fe que, si sirve, es decir, que está al servicio, que acaba dando sus frutos aunque sean casi insignificantes como la semilla de mostaza que se convierte en un arbusto. Así creo que han sido las obras que he hecho durante estos veinticinco años, no grandiosas en su apariencia, pero si capaces de ofrecer humildemente acogida, consuelo y descanso.

Rafael Martínez de Salinas Izquierdo

 

Este año celebro con alegría mi 25 aniversario de ordenación sacerdotal, un camino lleno de servicio, aprendizaje y fe. Comencé como diácono en la parroquia San Pablo de Logroño y mi primer nombramiento como sacerdote fue en las 7 Villas en el Alto Najerilla junto con mi compañero de curso, Rafael. Desde entonces, el Señor me ha guiado por distintos destinos y responsabilidades.

He servido como consiliario de Acción Católica y he trabajado en las parroquias San Francisco Javier y San Ezequiel Moreno de Logroño.  Posteriormente fui destinado a Arnedo, y estoy en Quel desde el curso de la pandemia, atendiendo también las parroquias de Herce y Préjano. Además, he asumido el servicio de capellán en la cárcel de Logroño, un reto pastoral que me permite llevar esperanza allí donde más se necesita.

Durante la pandemia, vivimos momentos intensos. La evangelización ha sido siempre un pilar en mi ministerio, especialmente a través de la pastoral juvenil y el Coro Diocesano, que inicié en la JMJ 2011 y que sigue en activo como un servicio a la diócesis.

Para conmemorar estos 25 años, celebraré una fiesta el 28 de junio en el barrio de bodegas de Quel, donde compartiremos juntos una jornada de alegría y fraternidad. Será una fiesta solidaria, en la que, además de celebrar, podremos ayudar a quienes más lo necesitan.

Hoy doy gracias a Dios por este camino y por todas las personas con las que he compartido mi ministerio.

José Luis Hernández Calleja

 

1 comentario en “Homenaje a los sacerdotes diocesanos que celebran sus bodas de oro y plata”

  1. Margarita Garrido Ochoa

    Recordado y amigo Vicente Robredo y todos los sacerdotes que habéis celebrado vuestras bodas de Oro y de Plata, gracias por vuestra fidelidad, testimonio vocacional, alegría y servicio a la Diócesis.
    Muchas felicidades, que Dios os llene de sus bendiciones.
    Margarita Garrido
    -riojana-

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